Desde hace unos meses la nueva reglamentación de tránsito obliga a los pasajeros, que se sientan en la parte trasera de los vehículos, a usar cinturón de seguridad. Así en un país donde sacarle la vuelta a lo establecido es el hobbie más recurrente, los peruanos hemos tenido que aceptar la nueva reglamentación bajo la presión cívica-patriótica que representan los sesenta y ocho solazos de multa. Y no te quejes porque hasta hace poco la infracción valía ciento setenta y mira que en países como España te ponen una de 300 euros sin posibilidad de arreglito undercover. Hoy no hay ciudadano que no se efunda, emulando la franja roja de nuestra sacro-santa pero a la vez vapuleada divisa futbolera, los cinturones de seguridad apenas sienta las posaderas. Lo cierto es que no todos los vehículos peruanos han tenido siempre cinturones. Según estudios previos a la entrada en vigencia de esta ley, desde el primero de octubre tras prórrogas, reprórrogas y requeteprórrogas, 3 de cada 10 autos de transporte público poseían cinturones de seguridad en los asientos traseros. A los otros siete no les importaba. Esto significó que a medida que la fecha límite se acercaba, la preocupación de los transportistas iba en incremento de manera, curiosamente, paralela con el costo de los cinturones. Más me quieres, más te cuesto. Ante una ley que castiga el uso pero no se preocupa en la naturaleza de la normativa, el vacío para la trampa/imprudencia es más que terreno fértil para el atarante nacional. Así aparecieron cinturones bambas, que valían casi un tercio que los originales, que sin mayor publicidad que el “está barato” fue tomando de pocos las cabinas de los taxis limeños. Tras dos meses de convivir con esta ley, los primeros escorbutos y ronchas han comenzado a aparecer sobre los frágiles hombros de los pasajeros. Y es que los cinturones bambas son realmente una pesadilla que en lugar de dar sensación de seguridad despiertan una inestabilidad tremenda y un sentimiento de ahorcamiento gradual. Son duros, pican, son chicos y en lugar de bajar por la altura del hombro lo hacen rozando la yugular cual Drácula hambriento. En cada frenada uno siente filo del polietileno erosionando nuestra piel con eficaz dulzura y clandestina eficacia. Si bien ante un choque nuestros cuerpos quedarán pegados al asiento, ante aquel serruchar constante que se percibe durante el viaje es imposible no imaginarse que podríamos terminar decapitados o al menos ahorcados con una marca de made in Tacora. ¿Cuántas veces el cinturón traicionero nos ha arañado metiéndonos en problemas hogareños?, ¿hasta cuándo soportaremos el desgaste disparejo de los cuellos de las camisas?. ¿Por qué la seguridad tiene que estar mechada con la comodidad?. Ahora se viene el verano por lo que las salvadoras cafarenas tendrán que pasar al olvido dejando nuestros cogotes al antojo de los cinturones. Ahora pues. Nunca el verano habrá dolido tanto. Y es que para quemarse el cuello no tendrá que esperar del playazo sino simplemente una buena frenada. Provecho y lleve curitas.
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